Buenos hábitos en la comida desde la infancia

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La relación que tenemos con la comida de adultos, los hábitos más o menos saludables que mantenemos y también los errores alimenticios que cometemos tienen muchas veces su origen y su base en la infancia. Nuestros hábitos alimenticios están marcados por las costumbres de nuestra cultura y por los alimentos de nuestro entorno, así como por las costumbres de nuestra familia y la herencia genética. Todo ello influirá en nuestros gustos personales, en nuestra dieta y por tanto en nuestra salud.

En las culturas mediterráneas la mesa tiene un lugar muy especial y sirve de base para una relación positiva con la alimentación. Compartir comida es importante: es el centro de las celebraciones, fuente de alegría y de momentos especiales de reunión con la familia y los amigos.

Buenos hábitos de comida que los padres debemos compartir

Como nos recuerda la coach nutricional Sumati Díez Querol en su entrevista en Ser padres, es más fácil crear hábitos saludables en la infancia que cambiarlos de adultos. Por ello, podemos hacer mucho y debemos cuidar en la medida de lo posible la relación que nuestros hijos tienen y tendrán con la comida.

Los padres debemos sentar unas bases saludables y una relación sana con la comida para nuestros hijos empezando por ser siempre un buen ejemplo en el que mirarse.

Para empezar, su madre es la primera persona que les nutre. La relación que ella tiene con la comida, las frases y creencias que se dicen en casa y la imagen que generan sobre ellos mismos sobre su forma de comer o su cuerpo les marcará toda la vida.

Los niños deben aprender a tomar lo que necesitan y a comer guiados por el hambre y no porque «toca» o por ansiedad. Cada persona tiene una relación única con la comida. La consciencia corporal nos ayuda a entender que alimentos necesitamos más, en qué cantidad y cuáles no nos sientan tan bien. Los padres podemos favorecer la conexión con sus sensaciones corporales siguiendo esta pautas:

  • Tener un espacio y un momento tranquilo en el que comer, agradable y sin distracciones como televisión, tablets o móviles. El momento de alimentarnos es importante y no un acto mecánico.
  • Aprender a comer sin prisa, permitiendo entrar en contacto con la sensación de saciedad. Una vez que ésta se produce en el estómago, tarda unos 20 minutos en llegar al cerebro. Comer muy deprisa, invita a consumir más de lo que realmente se necesita. Las comidas deben tener un ritmo pausado, pero no ser eternas.
  • No obligar a terminar los platos. Si el niño dice que está lleno, hay que respetarlo. Si le obligamos a comer más de lo que desea se va separando de los mensajes de su propio cuerpo.
  • Respetar sus gustos, dentro de una alimentación sana. Dejarle experimentar y reconocer sabores, aromas, colores y texturas desde pequeño en nariz, boca y en las manos.
  • Animar siempre a probar nuevos alimentos, pues los gustos cambian con el tiempo, pero nunca forzar. Mucha cautela si hay alergias en la familia, en ese caso hay que consultar con los médicos especialistas.
  • Si los niños nos ayudan a cocinar, entenderán más y mejor la nutrición y la importancia de la dieta equilibrada y su efecto en nuestros cuerpos.
  • No caer en el chantaje emocional: «tendrás postre si te acabas lo que tienes en el plato», por ejemplo.

Por último, recordar que el estado de ánimo también influye y afecta en la relación que los niños tienen con la comida. Es lo que se llama «hambre emocional» y no es solo cosa de adultos. Debemos tener muy presente la importancia de que sean ellos los que decidan, dentro de una serie de alimentos saludables, lo que quieren comer y, sobre todo, cuánto quieren comer.

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