Inteligencia Emocional
Las emociones determinan nuestra relación con el mundo.
Daniel Goleman escribió un libro llamado “Inteligencia emocional” en 1995, en el que se hizo famosa una nueva idea. Esta idea, la de la inteligencia emocional, cambió conceptos clásicos de la psicología. Hasta entonces, siempre se daba prioridad a la inteligencia lógica y al conocimiento teórico.
Pero hay gente que sin ser los más inteligentes, son lo que más triunfan, los más reconocidos por todo el mundo y muy felices. Goleman y otros psicólogos decían que estas personas tenían mucha inteligencia emocional, es decir, que conocían sus emociones y sabían manejarlas bien: gente con optimismo, asertividad, autoestima, empatía y otras habilidades sociales.
Las emociones configuran nuestro paisaje físico, mental, anímico y social. Una adecuada educación emocional, ayuda a conocer mejor nuestras emociones, reduciendo las negativas y aumentando las positivas. Las emociones comienzan en los primeros años de vida, en un proceso con etapas durante el cual, el niño ha de evolucionar poco a poco. No debemos adelantarlo ni frenarlo, tenemos que reconocer sus progresos y acompañarlo.
A partir de los 6 meses los bebes van a empezar a desarrollar sus emociones paso a paso y empiezan a canalizarlas. A partir de los 2 años pueden reconocer las emociones básicas: alegría, tristeza, miedo y rabia. Empiezan a interactuar con los demás de forma más abierta y empieza su empatía. A partir de los 5 años tienen ya la capacidad de dar nombre a las emociones y de aprender a expresar sus sentimientos. Aprender a darse cuenta de que les está pasando es muy importante para el control emocional y para saber escuchar y comprender a los demás. A partir de los 10 u 11 años van a surgir en sus vidas nuevas emociones, que van a cobrar mucho peso, tales como el amor, la vergüenza, la ansiedad…
La familia y el hogar son el mejor campo de aprendizaje:
Para tener una buena autoestima, los niños necesitan del apoyo emocional de sus padres y su respeto.
Para desarrollar la empatía en los niños, es necesario ponerla en práctica continuamente y razonar con ellos mediante preguntas que les pongan en el lugar de los otros.
Si los niños tienen confianza en si mismos, nos dirán en voz alta lo que les preocupa, lo que les hace infelices y también felices.
El optimismo es otro de los mejores regalos que se le pueden hacer a los niños.
Pero los niños necesitan también normas y metas claras para, dentro de esos límites, decidir, comprometerse y responsabilizarse de sus decisiones, cada uno según su edad.
Adquirir desde un principio un buen hábito de comunicación en la familia, generará unión y acercamiento y hará que aprendan a escuchar, a dialogar y a expresar sus sentimientos. Hablar abiertamente de los sentimientos con nuestros hijos es la mejor manera de enseñarles a comprender y comunicar sus emociones y las de los demás y esto facilitará su interacción social. Los padres han de dar argumentos coherentes y atender a los argumentos de sus hijos. No ejercer control, sino hablar con ellos: hacerles preguntas, razonar, jugar, poner ejemplos… es algo imprescindible en su educación. Pero siempre como padres, no como amigos de sus hijos.
Así crecen con confianza en sí mismos, independientes y creativos.